lunes, 18 de septiembre de 2017

Amandi fame

Diríase que llaman con escasa sutileza, pero en realidad golpean la puerta como verdaderos condenados, que es lo que son. La madera está a punto de desencajarse. Se ha negado durante siglos, pero el hambre alimenta. Esto no pasaba cuando los supermercados aún estaban llenos.
Se acaba el tiempo. Salta algún tornillo, suena un crujido seco. Me giro, con el rostro macilento, cansado y consumido, y le tomo por los hombros. Es el momento, ahora o nunca. Tengo que decirlo.
Te amo, Marco.
Él sonríe, abre los labios para corresponder, pero todo lo que le sale es un grito, seguido de un chillido. Acaban de morderle los gemelos, que hasta a mí alguna vez me resultaron apetecibles.

Ignoro los dedos de los pies que estoy perdiendo, y simplemente le beso, porque siempre me ha aterrado perder la lengua.

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