Aquí están al fin, mi Gran Señor, las lenguas de
todos los que hablaron, las manos de todos los que las usaron, y los ojos de
todos los que lo vieron. Aquí está todo, Gran Señor, para ti y tu gloria. Justo
como quisiste en esos designios tuyos que nunca te escuché pronunciar, pero que
tan bien supe interpretar.
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