miércoles, 12 de febrero de 2014

Jazzman

Confesión importante, conclusión final: he aquí que descubrí la razón de una de mis más profundas inquinas. Porque yo odio al argentino, al de la tiza y el suelo; sí, yo detesto profundamente a Julio Cortázar, y hasta no hace mucho no podía estar seguro de por qué. Tradicionalmente yo lo había achacado a ese aire resabio que impregna su obra, como si él tuviera en la mano el látigo que azota al lenguaje, y no al revés, siendo normalmente las letras las que fustigan a la persona; también a su obsesión gala, su reverencia al Sena y al franco interior francés. Pero estaba severamente equivocado. Lo supe por inercia. Lo que yo odiaba de Julio era ese descarado exhibicionismo de sapiencia del que hacía gala sobre cualquier cuestión de la nueva música negra: del jazz. Decir que lo sabía todo lo haría incluso soportable. Pero, en realidad, sabía más que yo. Más que yo, que soy el Jazz.

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