«Ciudadanos todos:
Sabéis que fue hasta hace poco tiempo y ha sido
siempre empeño, no ya solo de mi Gobierno, sino de todos los Gobiernos que se
han sucedido en este país, conseguir para nuestra amada capital la celebración
de los próximos Juegos Olímpicos, empeño que se ha alargado durante casi una
década con resultados estériles, como ya sabéis todos. Y, como también sabéis,
tal rechazo del Comité Olímpico Internacional no ha podido ser más injusto,
pues no hay mayor compromiso con el deporte que el que ha tratado de asumir
nuestro país, poseedor de una cultura deportiva inigualable; al fin y al cabo,
aquí todo el mundo se sienta a ver fútbol como quien se arrodilla al ir a misa.
Tengo que confirmar vuestros temores en este sentido, conciudadanos; nos
enfrentamos a una conspiración internacional irresoluble que trata de excluir a
nuestra nación de cualquier privilegio que pueda tratar de conquistar. Os hablo
en plata, conciudadanos: nos tienen manía, y de la mala, de la que tanto
acostumbramos. Contra eso, me parece, no podemos hacer nada. Pero si el resto
del mundo se equivoca, confiemos como siempre en que la razón está de nuestra
parte. Confiemos en que, más bien, a ellos les gusta el café frío. Y solo. Tal
ha sido siempre el espíritu de nuestro pueblo.
Y, aún así, sería yo un gobernante nefasto si os
abandonara, conciudadanos, a las trivialidades de unos pocos y ancianos
burócratas, demasiado ocupados en oscuros y ocultos negocios, todos ellos a la
espalda del sagrado objetivo que, por supuesto, es el olimpismo. Por eso, desde
este vuestro Gobierno, os anuncio que, a falta de aquellos de los que nos han
privado, yo os prometo y os aseguro otros juegos. No sé si os acordáis,
conciudadanos, de aquellos señores de Las Vegas que nos ofrecieron no hace
mucho algunos casinos…».