domingo, 7 de abril de 2013

Ravachol


Era un hombre con buen porte, buena apariencia, una sana intelectualidad, especialmente incisiva para la tarea docente, y un gusto reconocidamente elegante para vestir, pero un día descubrí por casualidad en su cartera de piel un filo de tamaño nada despreciable, una navaja simple y, acorde a su estilo, incluso distinguida, si se puede usar ese adjetivo con este tipo de punzantes ingenios. Como no podía ser de otro modo, y cualquiera puede comprenderlo, me pudo enseguida la intriga, y no pude obviar la pregunta de rigor. ¿Qué hacía allí, precisamente allí, un cuchillo de tantos y tan amenazados dedos de longitud? Y, sin ninguna alteración o réplica a la indiscreción, contestó con mucha parsimonia que hacía unos pocos días el señor Ministro del Interior había acudido a nuestra amada Universidad con motivo de unas interesantísimas conferencias, que le tuvo cara a cara y que, desgracias y amarguras de la vida, se vio desarmado, pero que no tenía pensado volver a dejar pasar esa oportunidad. 

1 comentario:

  1. Es como aquello que decía Chejov de que siempre que aparece un arma en una obra acaba siendo disparada. Por lo menos imprescindible tener el arma...Un abrazo

    ResponderEliminar